Desde la revolución empresarial, los entresijos de
las compañías han evolucionado a pasos agigantados, fruto de una paralela
revolución social y económica. Como resultado y después de muchos análisis, la
política de empresa representa el principal pilar de la misma como base para su
productividad.
Y es que casi todo el mundo entiende (a excepción de
algunos directivos) que un trabajador motivado, contento y comprometido tiene
un rendimiento mayor, repercutiendo en su propia productividad individual y por
tanto a la productividad de la empresa.
Creo que el principal escollo con el que cuenta una
buena política de empresa es con el exceso de jerarquización que sufren la
mayoría de las compañías. Crear muchos puestos de responsabilidad supone por un
lado que los problemas reales se escalen o se escurran constantemente entre los
diferentes mandos, quedando siempre en “tierra de nadie”, enquistándose con el
tiempo, la resolución por tanto de cualquier tipo de incidencia, se alarga y
complica. Por otro lado, esto también hace que se difuminen los mensajes entre
los diferentes estratos organizativos, se pierde comunicación y contacto, se
acusa la falta de una figura de apoyo y gestión cercana, creando una sensación
de desamparo y caos organizativo, disminuyendo la implicación y el compromiso
de los rangos bajos e intermedios.
Algunas conclusiones de un estudio realizado por la
empresa Tower Perrins sobre este tema son:
Los trabajadores también prefieren apostar por
aquellas compañías en las que se valora el talento. “Quieren sentirse parte de
una organización de ganadores, también es determinante el papel de los
directivos y su habilidad para retener a la plantilla, entendiendo qué le
motiva, inspirándole entusiasmo, tratándola con respeto y sinceridad,
facilitándole oportunidades formativas e incentivando su rendimiento”. “Los
empleados dicen no ver ni oír a sus líderes tanto como quisieran, ni perciben
en ellos un interés auténtico por el futuro de la compañía, aspectos que
valoran y les importan”, “Los trabajadores necesitan sentirse respaldados,
dirigidos y ayudados por su jefe directo. El jefe representa la cara de la
compañía para el empleado. De su gestión dependerá, en gran medida, que el
empleado no se vaya”.
Aunque la mayoría de directivos piensen que el
factor económico es vital para la relación entre la empresa y el trabajador, no
es tan determinante, es un punto muy importante, pero no vital, el trabajador
siempre quiere estar remunerado acorde con su trabajo y puesto de
responsabilidad, pero no resulta un aspecto clave para permanecer o cambiar de
trabajo, según explica el abogado y profesor Miquel Bonet, “a menudo las
estrategias empresariales para retener empleados consisten en la mejora
económica, pero esto es un error porque el hombre es animal de necesidades y,
tan pronto como se satisface una, surge otra en su lugar”.
Para el perfecto equilibrio, la empresa tiene que
dejar atrás el concepto caduco del recorte de libertad, mecanismos de control
sobre los empleados y la presión para exprimir su talento, así como centrar la
relación laboral simplemente por el carácter económico como medidor de
prosperidad de la salud de la misma, de hecho hoy día resulta clave la
implicación del empleado con la empresa y esto se consigue con otros factores
que la mayoría de trabajadores valoran por encima del sueldo. Según el estudio:
¿Qué es lo que mueve a un trabajador a elegir un empleo en detrimento de otro?
La oportunidad de conseguir un adecuado equilibrio entre compensación,
seguridad, conciliación personal y oportunidades de desarrollo.
El problema es que las empresas no encuentran la
manera de llevar a cabo estas políticas de manera efectiva, la mayoría ni
siquiera lo intenta y mantiene la política del exprimidor, que aunque
inicialmente consiguen mejores números a corto plazo, acaban mermando la moral
del personal, su imagen como empresa y disminuyendo por tanto la calidad de sus
servicios y su productividad. Igualmente las pocas empresas que lo intentan
gastan dinero en medidas que hacen mucho ruido, pero que en ningún momento son
consensuadas con los trabajadores ni consiguen sus objetivos, todo regido por
un problema de base de comunicación, de cercanía con cada uno de los
trabajadores que forman su cadena empresarial y una ambición económica ilógica,
donde no cuentan con la inviabilidad que supone proponer aumentar
desproporcionalmente los márgenes de beneficio cada año, porque resulta
imposible crecer cada año, y mucho menos si descuidas la parte más importante
de cualquier empresa, sus trabajadores.
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