jueves, 19 de agosto de 2010

Capítulo 24: El verdadero precio



Hay una anécdota curiosa sobre mi nacimiento. Mi madre no supo cuál era mi sexo hasta el mismo día que nací, algo que no resultó ser muy buena idea, ya que tenía dos hijos varones por entonces, y su ilusión era tener una niña. Cuando me dio a luz, se quedó algo descontenta con que yo fuera otro varón más. Al parecer este sentimiento irónico le hizo a alguien confundirse y una pareja muy adinerada y sin hijos se interesó por mí con la intención de adoptarme. Mi abuela y segunda madre, actuó rápidamente y zanjo el tema con una sola frase: “Aunque tuviéramos cien, no daríamos a ninguno”.

Algunas veces he bromeado con este tema, con la posibilidad de haberme criado en una casa diferente con un nivel de vida muy diferente. Por suerte para mí, me crié en mi verdadera familia, una familia humilde y honrada. Para que os hagáis una idea, durante mi estancia en mi casa familiar, nunca he ido de vacaciones, los únicos restaurantes que he pisado han sido para una boda, bautizo o acontecimiento similar, hemos ido rotando la ropa entre hermanos e incluso hemos colaborado trabajando cuando incluso estábamos en el instituto para ayudar a la economía familiar.

Todo este esfuerzo no ha sido en vano, me ha servido de mucho, para tener siempre presente el precio de las cosas, el trabajo que cuesta ganar el dinero y lo poco que cuesta gastarlo. El conjunto de circunstancias, hacen que te vuelvas algo conservador con el dinero (que no avaro) y que cualquier gasto elevado te haga sentir mal aunque dispongas del dinero para realizarlo. Una extraña paradoja.
Pasé de vivir de un pueblo pequeño a una gran ciudad, y en este aspecto, el problema se agrava, porque si además de tener estas sensaciones intrínsecamente en tu cabeza, los precios de todo son mucho más elevados que los de tu origen, te hacen sentirte un derrochador hagas lo que hagas.

Por suerte, conocí a una persona que me ha ayudado mucho, a la que admiro profundamente y a la que quiero. Esta persona vivió una situación bastante similar a la mía en el pasado, eran otros tiempos, pero eran las mismas sensaciones. Me dio una lección sobre el precio de las cosas, su razonamiento era simple: Si compras una camisa barata, pero no te la pones nunca, la camisa acaba resultando cara. Por otro lado si compras unos pantalones caros pero que usas cada día, y el precio va a la zaga de su calidad, por lo que te duran más tiempo, esos pantalones resultan ser baratos. Otra forma de verlo, si compras algo que te gusta mucho, que te aporta felicidad y que realmente vas a usar sea lo que sea, siempre merecerá la pena, independientemente de lo que sea y lo que valga.

Comer con gente que quieres en un sitio bonito y céntrico es caro, pero la experiencia es impagable. Igualmente que un vuelo es más caro si se hace en una buena compañía en vuelo directo, es a priori más barato si se coge con escalas, desde aeropuertos secundarios. Pero nadie cuenta las incomodidades y gastos extras que eso reporta, son algunos ejemplos palpables de toda esa mentalidad.

No se trata de comprar lo más barato, ni lo más caro, sino de comprar lo mejor para ti, lo que mejor te sienta. Porque no todo se puede medir con el rasero de las cifras.

lunes, 9 de agosto de 2010

Capítulo 23: De uso común




Cada vez estoy más convencido que la cualidad que más nos puede diferenciar de cualquier otra especie y la que puede marcar la diferencia a la hora de evolucionar como sociedad y como individuos es sin duda la educación.

La educación es en un concepto que abarca muchos otros, y está intrínsecamente relacionada con el respeto, el respeto hacia los demás, la base de la convivencia y del concepto de sociedad.

Hay una pauta de comportamiento que me llama mucho la atención que aunque a lo mejor pasamos desapercibida, es más importante de lo que puede parecer. La situación es la siguiente, estás en un establecimiento o lugar público y todo aquello que es de uso común se encuentra en estado lamentable, llegados a este punto podríamos pensar que esto es debido a que tiene un uso continuado por parte de una gran cantidad de gente, pero no, esta no es la razón principal, si no la causa, porque no sé qué ocurre, que cuando usamos algo de uso compartido sea lo que sea lo maltratamos con saña, porque por un lado no nos importa el deterioro que esto pueda tener y por otro lado porque nos importa bien poco la persona que venga detrás a usarlo.

Sí, es cierto, mira que molesta, llegamos a un lavabo público  y está hecho un asco, y no, no es que todas las personas que lo han usado lo usan así de mal en sus casas (al menos la mayoría), es que no siendo suyo y siendo de uso compartido lo van a usar como si de auténticos cerdos de piara se tratasen. Nos enfadamos, nos asqueamos e incluso despotricamos cuando hemos salido, pero una vez estamos dentro, nos aparece esa vena egoísta y mantenemos la pauta.

Pero no solo lavabos, mobiliario urbano, transportes públicos, playas, bosques, cualquier “ejemplar de prueba” y un larguísimo etcétera forman parte de la lista de servicios y lugares públicos que sufren este maltrato egoísta. Hacemos una cola para usar algo compartido, nos quejamos de lo que tardan los demás y como lo dejan los demás, ¿y qué hacemos nosotros?, exactamente lo mismo, como venganza, una venganza que alimenta la cadena de egoísmo. La falta de civismo, el eslabón que hace que se rompa la cadena de la sociedad.

Estos comportamientos truncan la confianza tanto de las instituciones como de las compañías, empresas, etc. que ponen algo a la disposición de todos para nuestro disfrute, comodidad o accesibilidad, así como crean una espiral de egoísmo del que nunca podremos escapar si no estamos dispuestos a sobreponernos a nuestro propio ego e intentar tratar la cosas tal como si de propias se tratasen, porque si no podemos tratar bien las cosas que compartimos, tampoco seremos capaces de tratarnos bien entre nosotros mismos.

Es el principio de la educación, la base del respeto, los grandes pilares de la sociedad.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Capítulo 22: La manzana envenenada



De inicio quiero dejar claro, que todo lo que contiene este artículo no hace referencia a ninguna marca ni producto concreto, cualquier asociación será una apreciación subjetiva del propio lector.

Cada vez es más habitual que se repita el ritual, aparece un Gadget nuevo (Un gadget es un dispositivo que tiene un propósito y una función específica, generalmente de pequeñas proporciones, práctico y a la vez novedoso.) y podemos ver las largas colas de gente (a veces incluso esperando largas horas o pernoctando, me pregunto si harían lo mismo para, por ejemplo, conseguir un trabajo) ansiosa de adquirir este nuevo producto a cualquier precio, una carrera hacia la posesión de la novedad, del último modelo, una manera de estar a última, de tener algo que enseñar, algo que contar. 

Las compañías a través de su marketing nos crean la sensación de necesidad de su producto, la obligatoriedad de su compra y para ello, todo vale, exagerar las características con frases que se graben en la mente, porque cualquiera sabe que unas características listadas no van a seducir a nadie, explicación de características existentes como nuevas, acercando de alguna manera a los usuario menos expertos las tecnología que aunque hasta ahora ya se aplicaba, ellos desconocían.

Pero aquí el factor importante no reside en ese marketing, porque entre otras cosas es una consecuencia natural de una empresa que tiene un negocio que consiste en vender un producto, el problema, al menos desde mi punto de vista está en lo social. Porque vale, todos somos caprichosos en mayor o menor medida (el grado depende de aparte de la personalidad, el entorno social y de la educación recibida principalmente), pero también debemos de ser honestos con nosotros mismos, y preguntarnos si realmente nos lanzamos cuales hordas de zombis hacia la nueva carne fresca, sin pensar realmente si por un lado nos hace falta y por otro si no estamos exagerando nuestras necesidades para justificar  la compra.

Los gadgets se prestan perfectamente a estas prácticas mercantiles, ya que son productos fácilmente rediseñables y mejorables a cuentagotas (las empresas van aplicando las tecnologías a sus productos con un ritmo lento y tardío para mantener el modelo de marketing) y nosotros por supuesto respondemos a sus expectativas, incluso superándolas en la mayoría de los casos.

Estas prácticas y nuestra respuesta consumista, hacen dar un poder infinito a ciertas compañías, que usan (como no) en su beneficio, creando encubiertamente monopolios con ciertos productos, porque no siempre vende lo que es mejor, si no lo que se publicita mejor. Marketing y consumismo, gasolina y fuego.

La situación ideal para nuestra economía, desarrollo y para frenar estas prácticas reside en nuestro poder como consumidores, y no el responder cual robot programado a las campañas de publicidad. 

Imagina que un día decides montar una empresa sobre algún producto. Imagina que todo empieza en un garaje, empeñando todo lo que tienes para poder empezar, que te limitas a un producto en concreto, básico, pero bien acabado, te desligas de la ideología clásica de las grandes empresas, te desmarcas de ellas, tu eres un líder de compañía atípico, con pintas de andar por casa, con mentalidad abierta. Los millones empiezan a engordar tu cuenta corriente y de pronto y seguramente casi sin quererlo te conviertes en aquello que siempre criticaste, hasta el punto de querer imponer encubiertamente tu propio monopolio, como decía la mítica frase, “no es nada personal, son solo negocios”.