El gimnasio es un lugar donde la gente va a realizar
actividad física con ayuda de diferente maquinaria destinada a tal fin. No
puedo evitar hacer un símil visual cada vez que entro en un gimnasio, en este,
sustituyo a las personas por cerdos, cerdos rosados, grasientos, con el barro
aún pegado al cuerpo, moviéndose sobre sus pezuñas, subidos a esas máquinas
inquisidoras, levantando pesas, corriendo, moviéndose, sudando. Por supuesto no
puedo aguantarme la sonrisa, siempre me pasa. Yo como el primer cerdito de la
piara, subido a las máquinas, pagando mis impuestos por la mala alimentación,
el sedentarismo, por evolucionar sobre una mesa de escritorio con un PC, por
usar internet, por ir sentado sobre un coche, por la sobrealimentación, el
exceso de calorías, de comida, por los productos manufacturados, la comida
rápida, la vida rápida que te obliga a permanecer sentado el noventa por ciento
del día, la abundancia, la libertad, el primer mundo.
En una época donde nos imponen unos modelos
famélicos como ejemplo de apariencia normal y aceptada por la gran mayoría de
la sociedad, resulta muy complicado y diría que casi contradictorio si
comparamos este estereotipo físico al ritmo y valores de vida aceptados,
siempre con el sedentarismo como factor común y una abundancia alimentaria, así
como una publicidad gastronómica totalmente orientada a sabores fáciles de
aceptar, fácil de llevar, fácil de consumir, pero con un coste alto en cuanto a
cuestión de calidad alimentaria se refiere. Al final los pros y contras
alimentarios de este tipo de nutrición compensan, compensan a la sociedad de la
inmediatez, de la rapidez, de la facilidad.
En una sociedad donde el trabajo continuo y el
esfuerzo es más una utopía moralizante que una realidad, la vaguedad para usar
el cerebro se ha contagiado también en derroteros puramente físicos, queremos
buen aspecto, un cuerpo moldeado pero no a cualquier precio. Por esto, y como
siempre pasa para conseguir cualquier cosa que nos haga parecer algo que no
somos, hacemos trampa. Es increíble el ingenio que podemos usar para hacer
trampas, incluso mayor que para hacer las cosas sin ellas, un esfuerzo
titánico, para luego usarlas y volver a la vaguedad durante más tiempo. Por
esto hemos inventado miles de cosas, pastillas, batidos y otras sustancias que
alteran nuestro metabolismo a favor de la comodidad (así como distintas
operaciones), un cuerpo que parezca fruto del esfuerzo, sin sufrirlo, sin
sudar, un engaño, una fachada.
Porque realmente no nos importa estar en forma que
al fin y al cabo es lo que a niveles saludables es más interesante para
nosotros sino que simplemente queremos parecer externamente que lo estamos.
Porque sudar ni sienta ni huele bien, porque hasta para correr queremos poner
nuestra mejor mueca, nuestro mejor perfil, porque somos capaces de comprarnos
el mejor equipo para hacer deporte, para luego no usarlo, para que nos quede
una sensación de hacer bien las cosas y con la promesa de “mañana empiezo”.
Como tener una barca en un desierto.
Porque a veces pensamos que vamos al gimnasio a
lucir tipo, a ligar, a hacer un pase de moda, a lucir nuestras virtudes, no sé
cómo siempre podemos desvirtuar tanto el significado de algo, coger algo y
desdibujarlo hasta olvidar el por qué inicial. Llevo un tiempo haciendo una
cuesta mental, en casi todas las paradas de metro o tren hay siempre dos
opciones, subir por escaleras mecánicas o subir por escaleras normales,
evidentemente las mecánicas sufren colapsos, y paradójicamente el rango de edad
de la gente que la usa es menor. Me pregunto si el resultado sería el mismo si
la mecánica fuera al infierno y la normal al cielo, seguramente sí, porque no
se trata de a dónde vamos sino de ir cómodos.