Cuando somos pequeños nos enseñan muchas cosas.
Muchas de estas cosas las aprendemos directamente, pero hay otras que
aprendemos indirectamente e incluso puede que siquiera nuestros progenitores,
profesores, amigos, familiares o cualquier persona que nos influye en nuestra
educación, sean conscientes de que nos están inculcando ciertos valores o
sentimientos. Y es que casi sin saberlo, al nacer ya tenemos que odiar muchas
cosas, nacemos enemistados con mucha gente, sin hacer méritos, sin dejar que
siquiera expresemos nuestra opinión, de manera accidentalmente predeterminada.
Como decía al principio, mucha parte de este odio
inducido proviene de nuestra educación, de la gente que se encarga de la misma,
de estos aprenderemos a quien tenemos que odiar, en el ámbito familiar, a aquel
tío tuyo que tuvo un feo gesto con tu madre, al vecino de tu abuelo que un día
discutió con él por una barra de pan y por ende a todos sus descendientes, al
equipo rival del preferido de tu padre, a la comida que tu madre intentaba que
te comieras a toda costa, a los del pueblo de al lado, a un presentador de
televisión que tu madre criticaba, al programa de radio del que tu hermano
hablaba mal, y así hasta un largo etc.
Pero el odio no solo lo heredamos a través de
nuestra educación, sino que hay otros factores que nos lo puede infundar
igualmente de manera indirecta. Otro de estos factores es nuestra localización
geográfica, dependiendo de la misma, odiaremos a todos los pueblos y
civilizaciones con los que nuestros antepasados han guerreado y con los que se
han enemistado a lo largo de la historia, a lo mejor alguno de estos conflictos
empezó porque alguno de nuestros ascendentes se equivocó o tuvo la culpa, pero
da igual, lo que nos queda a nosotros después de tanto tiempo solamente es el
odio, tan fácil de transmitir, tan fácil de aceptar y asumir, heredado a través
de las generaciones.
Asociados a nuestra posición geográfica, entran
otros dos factores importantes a la hora de aumentar nuestra lista del odio más
irracional, por un lado la cultura, nuestra cultura siempre será la más lógica,
la más completa, la más avanzada, y rechazaremos por tanto predeterminadamente
cualquier otra forma de cultura, odiando y rechazando todo lo que esté fuera
del circulo de esta. Por otro lado encontramos a la religión, igual que con la
cultura, nuestra religión será la verdadera, la primera existente, la cabal, en
la que encajan todas las piezas, cualquier otra forma de creencia no será más
que una secta, una interpretación equivocada de la nuestra, la buena.
Todos estos factores juntos con muchos otros, son
aquellos que nos arraigan odio en lo más profundo de nuestro subconsciente, de
manera sutil, indirecta, pero que retenemos y nos hace no juzgar a veces las
cosas con toda la neutralidad que deberíamos, que nos hace limitarnos
culturalmente, abstenernos de aprender de otras formas de pensamiento y de
existencia, que hace que nos enfrentemos continuamente entre nosotros mismos,
por causas en las que no hemos tenido nada que ver, en las que no hemos
intervenido.
Porque el odio, es fácil de adoptar, porque no
requiere más que la indiferencia en sus etapas más iniciales para mantener su
cultivo, porque nuestra naturaleza tiene mucho más que ver con él que con
cualquier otro sentimiento, porque resulta cómodo, porque siempre es nuestro
vehículo para justificarnos, para hacer cosas sin sentido, cometer atrocidades,
usar la violencia. Porque es más difícil debatir algo, que simplemente descartarlo
odiándolo.
Realmente es difícil no estar influenciado por
ningún tipo de odio, máxime cuando la mayoría proviene silencioso de etapas tan
iniciales e importantes en nuestra formación, pero no es excusa para que una
vez alcancemos cierta madurez mental, sigamos guiándonos por un simple odio
irracional infundado, que adoptamos con facilidad y del que nunca nos
preguntamos si realmente está justificado.
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