miércoles, 5 de mayo de 2010

Capítulo 16: El odio heredable



Cuando somos pequeños nos enseñan muchas cosas. Muchas de estas cosas las aprendemos directamente, pero hay otras que aprendemos indirectamente e incluso puede que siquiera nuestros progenitores, profesores, amigos, familiares o cualquier persona que nos influye en nuestra educación, sean conscientes de que nos están inculcando ciertos valores o sentimientos. Y es que casi sin saberlo, al nacer ya tenemos que odiar muchas cosas, nacemos enemistados con mucha gente, sin hacer méritos, sin dejar que siquiera expresemos nuestra opinión, de manera accidentalmente predeterminada.

Como decía al principio, mucha parte de este odio inducido proviene de nuestra educación, de la gente que se encarga de la misma, de estos aprenderemos a quien tenemos que odiar, en el ámbito familiar, a aquel tío tuyo que tuvo un feo gesto con tu madre, al vecino de tu abuelo que un día discutió con él por una barra de pan y por ende a todos sus descendientes, al equipo rival del preferido de tu padre, a la comida que tu madre intentaba que te comieras a toda costa, a los del pueblo de al lado, a un presentador de televisión que tu madre criticaba, al programa de radio del que tu hermano hablaba mal, y así hasta un largo etc.

Pero el odio no solo lo heredamos a través de nuestra educación, sino que hay otros factores que nos lo puede infundar igualmente de manera indirecta. Otro de estos factores es nuestra localización geográfica, dependiendo de la misma, odiaremos a todos los pueblos y civilizaciones con los que nuestros antepasados han guerreado y con los que se han enemistado a lo largo de la historia, a lo mejor alguno de estos conflictos empezó porque alguno de nuestros ascendentes se equivocó o tuvo la culpa, pero da igual, lo que nos queda a nosotros después de tanto tiempo solamente es el odio, tan fácil de transmitir, tan fácil de aceptar y asumir, heredado a través de las generaciones.

Asociados a nuestra posición geográfica, entran otros dos factores importantes a la hora de aumentar nuestra lista del odio más irracional, por un lado la cultura, nuestra cultura siempre será la más lógica, la más completa, la más avanzada, y rechazaremos por tanto predeterminadamente cualquier otra forma de cultura, odiando y rechazando todo lo que esté fuera del circulo de esta. Por otro lado encontramos a la religión, igual que con la cultura, nuestra religión será la verdadera, la primera existente, la cabal, en la que encajan todas las piezas, cualquier otra forma de creencia no será más que una secta, una interpretación equivocada de la nuestra, la buena.

Todos estos factores juntos con muchos otros, son aquellos que nos arraigan odio en lo más profundo de nuestro subconsciente, de manera sutil, indirecta, pero que retenemos y nos hace no juzgar a veces las cosas con toda la neutralidad que deberíamos, que nos hace limitarnos culturalmente, abstenernos de aprender de otras formas de pensamiento y de existencia, que hace que nos enfrentemos continuamente entre nosotros mismos, por causas en las que no hemos tenido nada que ver, en las que no hemos intervenido.

Porque el odio, es fácil de adoptar, porque no requiere más que la indiferencia en sus etapas más iniciales para mantener su cultivo, porque nuestra naturaleza tiene mucho más que ver con él que con cualquier otro sentimiento, porque resulta cómodo, porque siempre es nuestro vehículo para justificarnos, para hacer cosas sin sentido, cometer atrocidades, usar la violencia. Porque es más difícil debatir algo, que simplemente descartarlo odiándolo. 

Realmente es difícil no estar influenciado por ningún tipo de odio, máxime cuando la mayoría proviene silencioso de etapas tan iniciales e importantes en nuestra formación, pero no es excusa para que una vez alcancemos cierta madurez mental, sigamos guiándonos por un simple odio irracional infundado, que adoptamos con facilidad y del que nunca nos preguntamos si realmente está justificado.

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