La sexualidad es algo que está entre nuestras
necesidades, fundida con nuestros instintos más primarios. De este árbol nace
el fruto de la seducción. Según su definición oficial, seducir es: “Atraer
físicamente a alguien con el propósito de obtener de él una relación sexual.”
Pero la cosa no debería ser tan simple. La seducción
supone una pequeña prueba del sabor de la fama, de despertar un sentimiento que
tiene mucho que ver con la admiración y el sexo. Esa sensación de pisar nubes,
el saber que atraes a alguien, que admira cada uno de tus movimientos. No
podemos ignorarlo, está en nuestro instinto, intentar gustar, hacer todo lo
posible para que alguien por nuestro aspecto y nuestras artimañas quiera
acostarse con nosotros, tan atractivo que sin que siquiera abramos la boca,
quiera hacerlo, y que no solo quiera hacerlo, sino que lo desee. Ese es nuestro
momento, una vez que la presa está en esa tesitura, saboreamos la gloria, es
entonces cuando seguramente nos haremos los despistados, cuando haremos como si
no pasara nada. Pero en realidad lo sabemos y, a poder ser, queremos saberlo de
primera mano, que nos lo diga, que nos lo haga ver, lo necesitamos.
Todos necesitamos saber que estamos en el mercado
sexual, el medidor oficial de tu decadencia física y social.
En una sociedad donde cuidamos todos los aspectos de
nuestra imagen, ya sea en cuanto a peluquería, ropa, forma física, maquillaje,
etc. y en la que además nos venden la fama como algo natural a conseguir, la
seducción supone un completo placebo erótico.
Pero el concepto se ha visto modificado, así como
sus aplicaciones, hasta simplificarse a su mínima expresión. Estamos
acostumbrados a la inmediatez, a obtener el resumen de todo, a no incidir en
los detalles, a no querer esforzarnos y, como resultado, obtenemos una
potenciación del aspecto externo, de nuestra fachada, la cual intentamos
retocar y añadir todo lo que haga falta para que resulte lo más atractiva
posible y no tengamos que abrir la boca. Sin conversación, sin necesidad de
hacer un chiste. La muerte de la insinuación, el reinado de la imagen.
Demasiado explícitos, demasiado directos, demasiado
superficiales, demasiado postizos, demasiado prehistóricos, demasiado simples.
El resultado son unas relaciones sexuales y
sentimentales precarias, con impetuosos comienzos carnales pero espantosos
finales.
Queremos encontrar a la persona que mejor encaje con
nosotros, atractiva, divertida, buena persona, natural, etc. y a la hora de
elegir, nos fijamos en su culo.
Porque al final, como en todo, siempre se impone la
lógica, si solo buscamos un trozo de carne, es lógico, que solo obtengamos eso,
carne.
No todo el mundo es igual, yo no me fijo en el culo, sino en las... los ojos!
ResponderEliminarHablando en serio, lamentablemente no vamos a cambiar el mundo y muchos de nosotros, aunque no le haríamos ascos a un encuentro directo y sin palabras por la subida de ego que conlleva, si no abrimos la boca no conseguimos nada, ya que el físico no siempre acompaña. Pero esto es un pez que se muerde la cola: si vas a seducir a alguien con tu forma de ser... no vas al mercado de la carne llamado "discoteca" o "pub", donde lo único que importa, y es lógico por el tipo de encuentro que se busca, es el aspecto. Y ser un guaperas de biblioteca tampoco funciona.
Total, acabamos cogiendo lo que nos cae, y eso los medianamente afortunados. Los que no, ni eso.