miércoles, 14 de abril de 2010

Capítulo 13: La beatificación post mortem



La muerte siempre ha sido uno de los grandes misterios y temores del ser humano. Es un hecho natural que cuesta aceptar, que cambia la percepción, pasamos de hacer las cosas con cierta naturalidad y emoción a estar condicionados, a temer. Se podría decir que nuestra infancia está guiada por la vida, y una vez que termina esta etapa, por la muerte.

Es demasiado shock mental pensar que algún día dejaremos todo esto para siempre, sabemos el qué, pero no el cómo ni el cuándo, y eso nos atormenta. Intentamos sobrellevarlo con la religión y otras creencias que perpetúan nuestra existencia en este mundo a través de otras formas.

Es extraño por otro lado, que teniendo en cuenta la certeza de nuestra muerte y por tanto la fragilidad de nuestro físico, siempre pensemos a largo plazo para todo, que pospongamos la realización de nuestros sueños, posponer una conversación, un gesto con alguien, un viaje, etc.

De todas formas, y para no desviarme demasiado del propósito de este texto, me llama la atención que si tenemos en cuenta que la muerte es un hecho seguro y natural para todos y cada uno de nosotros, por qué una vez que muere una persona automáticamente pasamos a ver solamente su lado positivo, a alargar la sombra de todo lo que ha hecho, a falsear datos, a exagerar situaciones, a inventar leyendas. Como si el hecho de morirse le hubiese convertido en alguien a quien admirar, como si hubiese conseguido todo un logro muriéndose.

Tanto es así, que todos conocemos a gente famosa que se ha quitado la vida con el propósito de agrandar su leyenda (léase estrellas del rock), es como rodar un corto cinematográfico e intentar que se convierta en una gran filmografía a través de la muerte. Escritores que mueren al término de una obra que le catapulta automáticamente al número uno de ventas, entre otros casos de fama a través de la muerte. O la gran cantidad de casos de artistas que no han visto reconocido (esta vez merecido) el arte que creaban cuando estaban entre nosotros y que solo con su muerte empezamos a mirar y tener en cuenta.

En fin, realmente, no sé qué hay después de la muerte, y podemos estar confabulando toda una vida sobre como es y que puede haber, cuando a lo mejor simplemente no hay nada. No entiendo porque a cada uno de nosotros la muerte nos da un plus de simpatía, de arte, de personalidad, de humanidad, de generosidad, etc. Lo único que sé y que conozco es la vida tal como se nos plantea, con cosas tangibles, y creo que es aquí donde cada uno tiene que demostrar su valía, donde debemos demostrar quién y qué queremos ser, donde debemos medir a cada uno por lo que es y por lo que hace mirando con lupa objetiva, reconocer a los artistas (en todas sus ramificaciones) su arte cuando aún pueden sentir el aprecio.

No tengo ninguna intención de morir, al menos conscientemente, pero por si acaso, podéis contar de mí, que medía dos metros y medio, que lucía una gran melena dorada, y que podía levantar coches con un solo brazo, seguramente perdure más que lo que ocurrió realmente, y creo que tampoco me sienten tan mal esos dos metros y medio…

1 comentario:

  1. Me gusta ver en este artículo cierto tono humorístico por primera vez desde que te leo, y eso que el tema es triste.

    Estoy completamente de acuerdo, en cuanto he visto el título me han entrado muchas ganas de leerlo porque pienso lo mismo. Cuando uno muere todo lo que hacía estaba bien, es idealizado y nadie podrá competir con esa persona. No hay nada como morirse para que te valoren, vamos.

    Como tú dices, cuántos escritores, actores, deportistas y artistas de todo tipo son convertidos en leyenda al morir...

    Me viene a la cabeza el ejemplo de Heath Ledger, que haciendo un bastante buen papel como Joker en The Dark Knight (aunque personalmente creo que el aspecto no pega nada con el clásico del personaje) recibió el Oscar póstumo, y todo el mundo sabía que lo ganaría él. ¿Cómo vas a nominar a un muerto y no darle el premio? Nadie podía competir con él.

    Cuando alguien ha muerto, resulta que era irreemplazable (¿acaso no lo somos todos?), nadie podrá hacer lo mismo que hizo, etc. Nadie tiene cojones de decir "a ver, no hay para tanto, también tenía sus cosas de hijo de puta".

    Yo supongo que con la muerte viene el perdón de todos tus pequeños pecados, a no ser que fueras un dictador (y a veces incluso así te perdonan muchas atrocidades, véase el caso español). Y repito, no hay nada más inalcanzable que lo idealizado. Y si no que se lo digan a Yusaku Godai, el protagonista de Maison Ikkoku.

    ResponderEliminar