jueves, 25 de marzo de 2010

Capítulo 10: Libertad de expresión



La declaración universal de los derechos humanos recoge entre los artículos 18 y 21, lo siguiente: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.” En resumidas cuentas, cualquiera puede opinar y expresar lo que quiera, de la manera que quiera.

Hoy día, aunque disponemos de múltiples formas de expresión y comunicación, contamos también con una sociedad más estructurada y dispersa, donde las creencias, religiones y líneas de pensamiento son más marcadas y en la mayoría de casos más radicales. Hemos acotado en exceso las sensibilidades, tanto, que es imposible tratar algún tema importante sin que ningún colectivo de cualquier tipo se moleste. Porque ya no se trata solamente de opinar sobre algo de manera libre, sino que incluso algo que debería ser tan libre como el humor tampoco se escapa de este acotamiento excesivo de la sensibilidad y si no que se lo pregunten al que hizo una caricatura de Mahoma.

Una vez superamos el escollo que supone no herir la sensibilidad de ningún colectivo (religioso, social, pensamiento, etc.), nos encontramos más barreras a superar, por ejemplo, hay que intentar no dar el nombre de ninguna marca, de una frase registrada, de un gesto registrado, de un color de camisa registrado, de una forma de sentarse registrada, etc. Al menos no lo uséis de manera negativa o neutra, si la publicidad para la marca es positiva harán como que no ven nada, pero si traspasas su línea sin aportarles nada, amigo, ahí tendrás un problema. 

Luego, queda nuestra limitación personal y social. Nuestra opinión siempre procuraremos que sea lo más neutra posible, que no enfade a ninguno de nuestro entorno más cercano, da igual que realmente lo pensemos, ante todo, lo importante es siempre no herir sensibilidades. No queremos que nos encasillen, que nos cojan la medida, que se sepa lo que realmente pensamos, que alguien nos pueda mirar mal por dar esa opinión, descubrir nuestras cartas, nuestro as en la manga, dejamos por tanto que la hipocresía sea la tónica predominante en nuestros encuentros sociales.

Por supuesto y por si todo esto fuera poco, siempre hay que contar con la censura, aquella que nos mantiene tranquilos, aquella que hace que todo llegue a nosotros de manera esponjosa, sin grandes golpes de efecto. Algunos dirán que no existe, pero estoy seguro que una opinión personal en el momento y lugar adecuado es suficiente para que cierren una Web, o un periódico o que haya un despido disciplinario. Para no existir, obra grandes milagros. (Me pregunto si no tendrá origen divino)
Después de todo esto a uno se le quita las ganas de decir aquello que piensa, deja de tener sentido ese artículo de la declaración universal de los derechos humanos, pero no hay manera más eficaz de plasmar sin tapujos todo aquello que sentimos y somos, la prueba más fehaciente de nuestra personalidad y de nuestra inteligencia así como el arma más potente para aportar algo en el mundo y no que todo quede en simple comida para gusanos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario