La declaración universal de los derechos humanos
recoge entre los artículos 18 y 21, lo siguiente: “Todo individuo tiene derecho
a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser
molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y
opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier
medio de expresión.” En resumidas cuentas, cualquiera puede opinar y expresar
lo que quiera, de la manera que quiera.
Hoy día, aunque disponemos de múltiples formas de
expresión y comunicación, contamos también con una sociedad más estructurada y
dispersa, donde las creencias, religiones y líneas de pensamiento son más
marcadas y en la mayoría de casos más radicales. Hemos acotado en exceso las
sensibilidades, tanto, que es imposible tratar algún tema importante sin que
ningún colectivo de cualquier tipo se moleste. Porque ya no se trata solamente
de opinar sobre algo de manera libre, sino que incluso algo que debería ser tan
libre como el humor tampoco se escapa de este acotamiento excesivo de la
sensibilidad y si no que se lo pregunten al que hizo una caricatura de Mahoma.
Una vez superamos el escollo que supone no herir la
sensibilidad de ningún colectivo (religioso, social, pensamiento, etc.), nos
encontramos más barreras a superar, por ejemplo, hay que intentar no dar el
nombre de ninguna marca, de una frase registrada, de un gesto registrado, de un
color de camisa registrado, de una forma de sentarse registrada, etc. Al menos
no lo uséis de manera negativa o neutra, si la publicidad para la marca es
positiva harán como que no ven nada, pero si traspasas su línea sin aportarles
nada, amigo, ahí tendrás un problema.
Luego, queda nuestra limitación personal y social.
Nuestra opinión siempre procuraremos que sea lo más neutra posible, que no
enfade a ninguno de nuestro entorno más cercano, da igual que realmente lo
pensemos, ante todo, lo importante es siempre no herir sensibilidades. No
queremos que nos encasillen, que nos cojan la medida, que se sepa lo que
realmente pensamos, que alguien nos pueda mirar mal por dar esa opinión,
descubrir nuestras cartas, nuestro as en la manga, dejamos por tanto que la
hipocresía sea la tónica predominante en nuestros encuentros sociales.
Por supuesto y por si todo esto fuera poco, siempre
hay que contar con la censura, aquella que nos mantiene tranquilos, aquella que
hace que todo llegue a nosotros de manera esponjosa, sin grandes golpes de
efecto. Algunos dirán que no existe, pero estoy seguro que una opinión personal
en el momento y lugar adecuado es suficiente para que cierren una Web, o un
periódico o que haya un despido disciplinario. Para no existir, obra grandes
milagros. (Me pregunto si no tendrá origen divino)
Después de todo esto a uno se le quita las ganas de
decir aquello que piensa, deja de tener sentido ese artículo de la declaración
universal de los derechos humanos, pero no hay manera más eficaz de plasmar sin
tapujos todo aquello que sentimos y somos, la prueba más fehaciente de nuestra
personalidad y de nuestra inteligencia así como el arma más potente para
aportar algo en el mundo y no que todo quede en simple comida para gusanos.
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