lunes, 10 de diciembre de 2012

Capítulo 54: El guardián entre el cemento



En un lugar aciago, conocí a un hombre de cuyo nombre no puedo acordarme, portaba ropa de trabajo desgastada, manos encallecidas y un pelo descuidado que asomaba bajo una vieja gorra.

No recuerdo qué situación me llevó a participar como oyente de la conversación que inició con alguien de mí alrededor, pero, sin comerlo ni beberlo, iba a ser partícipe de un ejercicio de lógica, aplicada con una sencillez pasmosa.

La conversación empezó tanteando temas alrededor de la situación de crisis actual,  hasta que llegado el momento, toda se recondujo hacia lo que un día fue un pilar, y ahora había dilapidado la economía de nuestro país; el ladrillo. Habló de la compra compulsiva, de los préstamos otorgados indiscriminadamente, del ansia de posesión, de la avaricia de la banca, de la construcción incontrolada, de cheques debajo de la mesa, de comisiones, de terrenos recalificados, de falta de ética, de falta de control por parte del gobierno, y por supuesto, de burbuja, para finalmente hablar de agujas.

Una vez planteados los diferentes problemas y las diferentes consecuencias, se atrevió a proponer o al menos enunciar la posible solución a este problema, su planteamiento era bastante sencillo, si todo esto había llevado a los bancos a la ruina , después de mucho tiempo ganando mucho dinero se atrevió a aclarar, y ahora por su propia codicia habían caído, como empresa privada que son y teniendo en su poder una gran cantidad de pisos y construcciones varias, la solución pasa, como en cualquier empresa de vecino, en vender sus activos para pagar a los empleados, en este caso, saldar las cuentas con la gente que tiene dinero depositado en sus arcas, y cerrar la empresa por quiebra, al fin y al cabo, este es el juego de los negocios y las reglas tienen que regir para todos por igual, sino, no tiene sentido. Eso sin mencionar el aviso a navegantes que supondría para el resto de especuladores de la misma calaña.

Dicho todo esto, aclaró que cuando algo no se rige a las normas establecidas es porque existen intereses ocultos o inconfesables.

En ese momento estuve a punto a arrancarme a aplaudir pero me contuve, me alejé, por circunstancias, llegada la conversación a ese punto, pero me dejó pensando que ese hombre desaliñado y de lo más humilde, había hablado y analizado con más clarividencia un asunto de estado mejor de lo que hasta ahora he oído y leído a cualquiera de a los que pagamos para ello.

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