En un lugar aciago, conocí a un hombre de cuyo
nombre no puedo acordarme, portaba ropa de trabajo desgastada, manos
encallecidas y un pelo descuidado que asomaba bajo una vieja gorra.
No recuerdo qué situación me llevó a participar como
oyente de la conversación que inició con alguien de mí alrededor, pero, sin
comerlo ni beberlo, iba a ser partícipe de un ejercicio de lógica, aplicada con
una sencillez pasmosa.
La conversación empezó tanteando temas alrededor de
la situación de crisis actual, hasta que
llegado el momento, toda se recondujo hacia lo que un día fue un pilar, y ahora
había dilapidado la economía de nuestro país; el ladrillo. Habló de la compra
compulsiva, de los préstamos otorgados indiscriminadamente, del ansia de
posesión, de la avaricia de la banca, de la construcción incontrolada, de
cheques debajo de la mesa, de comisiones, de terrenos recalificados, de falta
de ética, de falta de control por parte del gobierno, y por supuesto, de
burbuja, para finalmente hablar de agujas.
Una vez planteados los diferentes problemas y las
diferentes consecuencias, se atrevió a proponer o al menos enunciar la posible
solución a este problema, su planteamiento era bastante sencillo, si todo esto
había llevado a los bancos a la ruina , después de mucho tiempo ganando mucho
dinero se atrevió a aclarar, y ahora por su propia codicia habían caído, como
empresa privada que son y teniendo en su poder una gran cantidad de pisos y
construcciones varias, la solución pasa, como en cualquier empresa de vecino,
en vender sus activos para pagar a los empleados, en este caso, saldar las
cuentas con la gente que tiene dinero depositado en sus arcas, y cerrar la
empresa por quiebra, al fin y al cabo, este es el juego de los negocios y las reglas
tienen que regir para todos por igual, sino, no tiene sentido. Eso sin
mencionar el aviso a navegantes que supondría para el resto de especuladores de
la misma calaña.
Dicho todo esto, aclaró que cuando algo no se rige a
las normas establecidas es porque existen intereses ocultos o inconfesables.
En ese momento estuve a punto a arrancarme a
aplaudir pero me contuve, me alejé, por circunstancias, llegada la conversación
a ese punto, pero me dejó pensando que ese hombre desaliñado y de lo más
humilde, había hablado y analizado con más clarividencia un asunto de estado
mejor de lo que hasta ahora he oído y leído a cualquiera de a los que pagamos
para ello.
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