Recuerdo un juego en el que nos hacían participar en
clase de primaria, la mecánica era sencilla, sonaba una música mientras toda la
clase danzaba alrededor de un grupo de sillas puestas en círculo, todo era
felicidad y risas mientras la música
sonaba, pero cuando paraba, cada uno debía buscar con la mayor rapidez posible
una silla en la que sentarse, la clave estaba en que había una silla menos, de
manera que alguien quedaba eliminado para la siguiente ronda, luego se quitaba
una silla, la música volvía a sonar y todo volvía a empezar. Con el paso de las
rondas las miradas se volvían más desafiantes y los movimientos corporales se
tornaban más toscos, mecánicos, cargados de intencionalidad, buscando
claramente permanecer cerca de una de las sillas para no quedarse fuera.
En teoría el juego busca la estimulación sensorial,
pero al final lo que consigue no es otra cosa que la competición más feroz, el
egoísmo y la frustración.
Cuando te encontrabas ensimismado y moviéndote al
compás, casi por inercia, la música paraba, y entonces ahí estabas en medio de
todas las sillas ocupadas, con miradas de burla, te quedabas paralizado, y
alguien te tocaba para apartarte, porque estabas eliminado, y otra ronda iba a
comenzar.
No puedo dejar de pensar en esta imagen y hacer un
paralelismo con el tema de estudios, desde hace décadas padres, profesores,
gobiernos e incluso empresas, nos han contado que el camino a seguir para tener
un buen futuro era prepararse, estudiar, cuanto más mejor, más posibilidades,
mejor futuro, mayores oportunidades.
Con estas premisas, la mayoría de jóvenes, cada uno
dentro de sus posibilidades se preparó, se sacrificó pensando en su futuro, fue
bailando al son de la música sin preocuparse por las sillas, pero de pronto la
música paró, y apenas quedaban sillas que ocupar.
Hablamos de gente que comparativamente hablando está
mucho más preparada en todos los sentidos que cualquier político de turno, ahora
sin música y a la deriva, buscan una oportunidad, aun conservando esa cara de
incredulidad e indignación, buscando esa silla, preguntándose quien puso la
música y donde están las sillas, preguntándose incluso quien inventó el juego.
Por si fuera poco, a toda esta gente ahora se le
exige arreglar la situación, levantar algo que otros hundieron, lo que nadie se
pregunta es quien va a levantar el ánimo y las esperanzas de toda esta gente,
quién o qué va a arreglar todas esas ilusiones, ese trabajo sin recompensa.
Solo espero que cuando toda esta gente preparada
tarde o temprano tome las riendas, no se limiten a poner una nueva canción sino
que rompan con la hegemonía de las sillas, la música y el danzar sin sentido.
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