Seguramente el tema/título de este artículo lo hará
de todo menos apetecible para la gran mayoría.
Y es que oímos la palabra “política” e intentamos
evitar escuchar o leer nada, pensamos que alguien va a venir a decirnos a quien
tenemos que votar, que a su vez a él le han enseñado o inculcado a quien tiene
que votar y por otro lado tampoco queremos dar nuestra opinión para que no nos
tilden de que nuestras ideas pertenezcan a algún partido y crearnos así
posibles enemigos.
El tema político a nivel mundial se lleva con un
curioso mutis/pasotismo por parte de la población a pesar de que dependemos
totalmente de él. En la era de la información, de la opinión libre, de los
foros, las convenciones, etc. Casi nadie quiere opinar ni hablar de política.
Desde pequeños nos enseñaron que es mejor no opinar,
porque lo único que se puede conseguir es ganarte algún detractor, una manera
de posicionarte, de delatarte, como si estuviéramos en plena guerra y
pudiésemos levantar sospechar sobre pertenecer a una u otra ideología y correr
el riesgo de recibir un disparo. Y es que parece que a la mayoría le graban las
ideas de un partido a fuego, como si sus padres, sus abuelos y ellos mismos
estuvieran ligados y comprometidos de por vida, esto hace que la política se
guíe por peligrosos sectarismos.
La mayoría conocemos al político, el personaje, nos
cae bien o nos cae mal, pero apenas conocemos su programa electoral, sus ideas,
que al fin y al cabo es lo que nos va a llevar por un camino o por otro, nos
dejamos engatusar con acciones concretas, con frases hechas, con cuentos, con
apariencias.
Con todos los medios a nuestro alcance, somos
capaces de echarnos a la calle porque nuestro equipo favorito gana un título o
hacernos fan de un grupo que alega una causa que apoyamos, pero sin más, sin
más esfuerzo, con comodidad, en anonimato, pero no somos capaces de dar la cara
para cosas que realmente valen la pena, cuando las cosas no funcionan, de
movilizarnos ante ciertas decisiones políticas que supongan un ataque contra
nuestra libertad, contra nuestra intimidad, contra nuestro trabajo, nuestra
economía, nuestras leyes, etc. Lo vemos todo pasar, con desánimo e
indiferencia, con la sensación de que no podemos hacer nada, y que todo podía
ser peor.
Demasiada gente lo ha pasado mal y ha muerto para
que ahora nosotros dejemos de ejercer los derechos que tanto ha costado
conseguir, para incluso ir perdiéndolos poco a poco, sin darnos cuenta y actuar
como auténticos pusilánimes. Porque la actitud más fácil es o bien quedarnos al
margen, o renegar de lo establecido (antisistema), lo difícil queda en opinar,
aportar algo y ejercer por medios legales nuestra posición.
En España, todo el mundo tiene que ser como
Maradona, o blanco o negro, gris nunca, ni morado, ni verde, ni ningún otro
color, la política la marca una preocupante bipolaridad, unos conceptos
preestablecidos para cada polo, un estilo para cada uno, una apariencia, una
herencia. Creo que va siendo hora de estudiar la palabra democracia, proponer y
promover nuestra opinión, respetando la de los demás, para ejercer así nuestro
derecho, exigiendo a la clase política la misma seriedad, responsabilidad,
integridad, compromiso y saber hacer que exige llevar el rumbo y condicionar la
vida de miles y millones de personas.